El domingo me encontraba en una pequeña aldea, cerca de mi casa, en la que hay una comunidad, cuatro casas que forman una urbanización, una iglesia y un camino de tierra que atraviesa una vegetación típicamente mediterránea hasta que llega a las ruinas de un castillo medieval.

Allí, tuve una conversación interesante con un buen amigo de esta comunidad. Hablamos de temas importantes, de otros efímeros, del pasado y un poco del futuro.

Nos conocemos desde hace veinte años, prácticamente me ha visto crecer y convertirme en un hombre.

El día de Navidad le regalé mi libro Diario de una quiebra. Leerlo le cambio algunos aspectos de cómo me veía, algo habitual cuando nos encontramos delante de un libro de intimidades y reflexiones personales.

Pero este domingo, él quiso compartir conmigo una situación que le sucedió en su vida, una anécdota que cambió su rumbo. Seguro que descubrimos algo parecido que nos ha pasado a cualquiera de nosotros si nos paramos a reflexionar sobre nuestro pasado.

A mi amigo, le llamaremos Marc, estuvo anteriormente en otra comunidad durante quince años, aprendiendo para merecer ser aceptado en ella de forma oficial. En aquella época, esa comunidad se había dividido en dos bandos que luchaban para ganar autoridad dentro del grupo. Marc, llegado el momento de ser admitido oficialmente, tenía que pasar por una votación mayoritaria.

La gran sorpresa que se llevó fue que el grupo no le acepto. Una de las partes enfrentadas, en este caso eran mayoría, votó que no estaba conforme con que se quedara en la comunidad.

Marc, que lo había dado todo y era sobradamente merecedor de esa distinción, sintió que le caía una ducha fría.

Durante varios años estuvo perdido y trastornado por la situación. Hasta que una persona que le había apoyado en su primera comunidad, cansado de la situación de juegos de poder, fundó otra comunidad en la aldea que está cerca de mi casa. Lo primero que hizo fue llamar a Marc para que se incorporara.

Desde entonces vive inmensamente más feliz que si se hubiera quedado en ese lugar donde no lo querían.

De esta pequeña historia te quiero resaltar dos puntos  importantes.

El primero es que, cuando se nos cierra una puerta en nuestra vida siempre se nos abren muchas más inesperadas.

¿Cuántas veces queríamos ir a la derecha y el destino quiso que fuéramos a la izquierda?

Esas situaciones nos hacen crecer, nos hacen ser más fuertes, porque son portazos en las narices que cambian totalmente el rumbo de nuestra vida.

El segundo es una pregunta: ¿Cuáles son esos eventos en nuestras vidas que nos hacen llegar hasta el límite? Pasado ese momento decimos: ¡Hasta aquí!… y volvemos a tomar las riendas. Puede ser en un aspecto de nuestra vida, a lo mejor tiene que ver con una persona, incluso con un trabajo, un jefe o una pareja.

¿En cuántas ocasiones nos hemos encontrado en ese cruce?

¿Cuántas puertas nos ha cerrado la vida en las narices para que cambiásemos de rumbo, para que nos despertáramos porque tenía algo mejor para nosotros?

Me gusta recordar a Raphaëlle Giordano cuando dice:

Tu segunda vida empieza cuando descubres que solo tienes una.

Mirando esta historia desde el periscopio de Fracasólogo, es inspirador que precisamente las situaciones más complicadas son las que más aprendizajes esconden y, en este caso, una bifurcación con un camino mucho mejor que en el que Marc estaba.

Nuestros mayores errores, nuestros mayores tropiezos, nuestras mayores sacudidas son nuestros mayores maestros, hasta que nosotros nos convertimos en maestros.

Y como es habitual, te dejo una pregunta:

¿Cuál ha sido la mayor bifurcación de tu vida, ese fracaso que ha cambiado tu percepción, tu trayectoria… tu vida?

Así que, ¿cuándo ha empezado tu segunda vida?